Capítulo 4. Jardín de rosas



Me levanto de la cama y el abuelo está en la cocina preparando café. El olor me recuerda a mi madre. Llaman al timbre de la puerta, abro y me entregan un ramo de rosas carmesí. Le digo al abuelo que viene sin tarjeta.

–¡Un pretendiente secreto! Antes de hablar con tu abuela, encargué a un chiquillo que le entregase unos claveles rojos. No puedes imaginar la cara de sorpresa que puso, parecida a la que tienes ahora, y días más tarde, en la verbena de la Paloma, me declaré, pero nunca le dije que yo había sido el de las flores.

–¿Y por qué no?

–Al principio por vergüenza, no quería que supiese que llevaba tiempo observándola, luego me contó que tenía un admirador anónimo que hasta le envió claveles... No quise decepcionarla.

–A lo mejor imaginó que eras tú.

–No creo, porque cada vez que discutíamos me decía que tenía que haberse casado con el de los claveles –el abuelo sonríe mirando la foto de la abuela que hay en la vitrina, y suena el teléfono.

–Buenos días, Adriana, soy Porfirio. Te llamo por si te apetece que quedemos mañana antes de la presentación.

–Me encantaría.

–Podemos vernos a las ocho en la boca de metro de Tribunal.

Le digo que me parece fantástico y nos despedimos hasta mañana.

Me voy al dormitorio y pongo los 40 Principales, suena “Dime tu nombre”. Me siento delante de la máquina para redactar mi curriculum. Oigo un ruido, viene de la sala, voy a ver qué ha pasado. El abuelo está en su sillón con el periódico sobre las piernas y señala el jarrón, se ha volcado.

–¿Habrá sido el viento? –me pregunta extrañado.

–Pero todas las ventanas están cerradas.
Seco el agua que se ha derramado sobre la mesa y vuelvo a llenar el jarrón, y salgo a comprar fresas.
Tras la compra, miro en el buzón y encuentro una carta para mí. La segunda sorpresa de hoy, miro el remite intrigada, pero está en blanco, reconozco la letra, es de Manolo. Toda mi alegría se desvanece, intento leer la carta, me tiemblan las manos. Subo en el ascensor dándole vueltas a la idea de como habrá encontrado mi dirección y si no sería él también el que me ha enviado las flores. El abuelo me abre la puerta y me pregunta que tengo mala cara. Le doy el sobre. Me dice que no tiene sello ni remite que el que la ha enviado la dejó directamente en el buzón. Le comento que es de Manolo.

–¿No vas a leerla?

–No sé... ¿me la puedes leer tú?

El abuelo se pone las gafas de cerca y lee a media voz: “Querida Adri: No soy el mejor hombre del mundo, pero te quiero y quiero que vuelvas conmigo. No sabes el dinero que llevo gastado en encontrarte porque te echo mucho de menos. Y cuando la madre de Mara me contó que te había visto en Madrid cogí un tren para verte. Supongo que no me perdonarás que a veces se me fuera la mano pero es que cuando me ponías nervioso no me podía controlar. Ahora soy otro hombre. Adri, dame otra oportunidad. Te dejo el teléfono de mi hotel para que me llames.”

El abuelo resopla, y me devuelve la carta.

–Valiente tipo... ¿Volverás a Málaga con él?

–Eso, ni pensarlo.


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