Capítulo 7. Amigos de verdad
En
el Rastro, el abuelo se detiene en un puesto de sellos y yo en uno de
bisutería. Pregunto el precio de un colgante dorado en forma de sol
que me recuerda el anagrama de la escuela Absenta.
–Te
lo regalo, Adri... –me dice Manolo tendiéndome el colgante.
Al
verlo me quedo estupefacta y él saca un billete de un fajo para
pagar.
–¿Qué haces en Madrid, Manolo? – digo mientras devuelvo al vendedor el colgante.
–He
venido a buscarte, te he echado de menos. ¿Tú a mí no?
–No
se puede echar de menos a quien te trata mal.
–Ahora soy otro
hombre, no bebo.
–No
voy a volver contigo, Manolo.
–¿Me tiras a la basura como a unos pendientes viejos?
Mi
abuelo se acerca mirándolo de arriba abajo con el ceño fruncido.
–¿Usted
es…?
–Su
marido, me alegro de conocerle –tiende la mano al abuelo que se
queda inmóvil– ¿No va a estrechar mi mano?
–Si
vuelve a acercarse a mi nieta tendrá que vérselas con la justicia.
–¿Porque quiero que mi mujer vuelva conmigo? ¿Sabe que
me robó y puede acabar en la cárcel?
–Prefiero
verla allí que con un malnacido.
–Le
habrá ido con el cuento de que abortó por mi culpa, no sabía que
estaba preñada...
–Esta
conversación se acabó –el abuelo me echa un brazo
por los hombros, y nos vamos. Mientras él abre la puerta del portal,
Manolo me agarra del brazo.
–Eres
mi mujer y te quiero, vendrás conmigo, por las buenas o por las
malas.
El
abuelo me empuja hacia dentro del portal y le cierra en las
narices.
–Por
encima de mi cadáver que ese te deja en paz, como si tengo que
contratar a alguien para que le dé un susto.
–No
digas barbaridades.
–A
grandes males, grandes remedios. No lo veo tan descabellado… Es tu
vida o la suya.
–Pero
abuelo, que no va a matarme. En cierto modo, me quiere.
–Eso
no es querer, cuando quieres a alguien solo deseas su bien.
Unos
minutos después de las siete llego a Puerta del Sol, siento que alguien
me coge de la pantorrilla y me vuelvo sobresaltada.
–¡Cuántas
ganas tenía de verte! –me dice Mara y y me da un abrazo.
–¡Y
yo a ti!
Lleva
el pelo violeta con un gran flequillo. Nos abrazamos de nuevo y cruzamos preguntas a la vez. Entramos
en una cafetería cercana, me deja pasar primero, y al volver la
cabeza hacia la calle veo a Manolo a unos metros de nosotras.
–¿Qué
ocurre? Te has puesto muy seria –me dice Mara.
–No
te vuelvas, pero ahí está Manolo.
–¿Qué hace aquí? –me susurra. Nos sentamos en una mesa junto a la
ventana.
–Supongo que tu madre le comentaría que me vio. Esta
mañana me siguió en el Rastro quiere que vuelva con él, por las
buenas o las malas...
–Tía,
qué miedo... No sé si contártelo pero he escuchado un rumor.
Ella
se retira el flequillo del ojo. El camarero nos trae dos chocolates
con churros, ella le da las gracias y me mira fijamente.
–El
día que tu madre falleció le vieron saliendo del portal,
dicen que no fue un accidente.
–¿Qué
quieres decir?
–Solo
que lo vieron salir del portal de tu madre, lo demás son
elucubraciones.
–Mara, lo había pensado, es capaz, lo es. Conocía muy bien a mi
madre, no se suicidó.
–Si
estás tan segura, sería mejor que lo denunciaras.
–Pero
no tengo pruebas, ¿qué le digo a la policía?
–Además,
no quiero asustarte pero podría hacerte daño.
–Me
lo hizo ya, ¿por qué crees que me fui?
–Se
oían gritos, creí que eran discusiones, nada más. Tú nunca me
contaste nada...
–¿Para
qué hubiera servido?
–Podría
haberte ayudado. Adriana, tenemos que ir a la policía.
–A
ver qué pasa, prefiero olvidarme de todo. Mira ya se va...
Paseamos
por la Gran Vía y vamos a ver Mujeres
al borde de un ataque de nervios, pienso
que el título define mi estado. Me acompaña a casa y le presento al
abuelo, se caen muy bien mutuamente. Nos cuenta que la habitación
que tiene alquilada en Serrano es muy mona pero que ella no está a
gusto con la casera. El abuelo le dice que tenemos una habitación
libre que si quiere puede venirse a vivir con nosotros. Ella comenta que pagaría una mensualidad. El abuelo niega
rotundo.
–He
vivido solo estos últimos años y teneros aquí es una alegría. Si quieres, te vienes.
–No
quiero abusar –dice ella.
–De
abuso nada, me hago la idea de que tengo dos nietas.
Mara
se marcha y suena el teléfono, es Porfirio.
–Hola,
Adriana, ¿todo va bien?
–Todo
no. Hace unos meses abandoné a mi marido y ahora ha venido a Madrid.
–No
tenía noticia de que estuvieras casada... ¿Y volverás con él?
–Todo
lo contrario, le aborrezco.
–Pues
mándalo al carajo. ¿Qué problema hay?
–Que
es un pesado, ojalá que se vaya pronto.
–Ojalá.
Pero si me necesitas, que sepas que en mí siempre tendrás un amigo.
Le
doy las gracias y quedamos para hablar el miércoles en el taller.
Comentarios
Publicar un comentario